¿Recuerdan esos días anteriores al regreso a clases? ir con la lista de los útiles escolares a recorrer pasillos llenos de cuadernos de todas las clases, colores, cartulinas, celofanes… incluso los engañosos libros de matemática que tenían diseños lindos ocultando sus complejos pero apasionantes problemas aritméticos. Ese olor a papel, ese dulce olor de los maletines, ese magnífico olor de las cosas nuevas.
Desde niña tuve fascinación por los papeles y papelitos; de hecho, mi abuelo me llamaba, espero que cariñosamente, la “loca papeles” porque incluso coleccionaba los envoltorios de los dulces. Así pasó mi infancia, pero un hecho definitivo de toda esta historia fue hace como doce años, cuando estaba viendo por extraña casualidad, casi no veía televisión, creo que mi oficio de recolectora no me dejaba mucho tiempo, un programa de variedades español donde la invitada de ese día estaba haciendo ¡un álbum fotográfico! casi colapso de la dicha, de no haber sido interrumpida por la palabra scrapbooking… un momento… escr… ¿qué?
Con el tiempo logré decirlo bien, tanto que se me quedó muy adentro. Por más de diez años he asistido a talleres, he leído libros, también he practicado, experimentado con materiales y me han padecido con mucha paciencia las personas de los workshops; finalmente todas esas experiencias se han convertido en mi estilo de vida. Esa palabreja no es otra cosa que el embellecimiento de esos lugares donde guardamos, donde recolectamos, como yo con esos papelitos, los momentos compartidos y vividos con las personas que nos mueven el alma, que nos gustan más que el olor a los cuadernos, los colores y hasta los libros de matemática.
¿Recuerdan esos días anteriores al regreso a clases? ir con la lista de los útiles escolares a recorrer pasillos llenos de cuadernos de todas las clases, colores, cartulinas, celofanes… incluso los engañosos libros de matemática que tenían diseños lindos ocultando sus complejos pero apasionantes problemas aritméticos. Ese olor a papel, ese dulce olor de los maletines, ese magnífico olor de las cosas nuevas.
Desde niña tuve fascinación por los papeles y papelitos; de hecho, mi abuelo me llamaba, espero que cariñosamente, la “loca papeles” porque incluso coleccionaba los envoltorios de los dulces. Así pasó mi infancia, pero un hecho definitivo de toda esta historia fue hace como doce años, cuando estaba viendo por extraña casualidad, casi no veía televisión, creo que mi oficio de recolectora no me dejaba mucho tiempo, un programa de variedades español donde la invitada de ese día estaba haciendo ¡un álbum fotográfico! casi colapso de la dicha, de no haber sido interrumpida por la palabra scrapbooking… un momento… escr… ¿qué?
Con el tiempo logré decirlo bien, tanto que se me quedó muy adentro. Por más de diez años he asistido a talleres, he leído libros, también he practicado, experimentado con materiales y me han padecido con mucha paciencia las personas de los workshops; finalmente todas esas experiencias se han convertido en mi estilo de vida. Esa palabreja no es otra cosa que el embellecimiento de esos lugares donde guardamos, donde recolectamos, como yo con esos papelitos, los momentos compartidos y vividos con las personas que nos mueven el alma, que nos gustan más que el olor a los cuadernos, los colores y hasta los libros de matemática.